DESEAR Y FANTASEAR
Desear
y Fantasear
El deseo es parte
intrínseca de la persona humana.
Nace de la
experiencia de la necesidad. Puede también surgir de un anhelo, metas o
valores.
El deseo, para ser
tal, debe tener algo “posible”, es
decir puede ser realizado. Al contrario, si no es posible, se convierte en
fantasía.
Por eso es fácil
que un deseo se convierta en mera fantasía, especialmente cuando no hace las
cuentas con la realidad (lo
“posible”, en términos de recursos y
contexto).
Respecto a los recursos, es importante que quien
desea, identifique con precisión sus recursos: de inteligencia (para no
meterse en carreras, trabajos o cualquier actividad en donde no podrá ser
exitoso), materiales (por ejemplo, sin dinero o personas que se lo
faciliten), de voluntad (por ejemplo, quien quiere perder peso y sabe
que su voluntad es débil), afectivos (una persona que tiene un escaso
control de las emociones: la ira o la tristeza) o espirituales (el deseo
de “ser santos”, cuando falta un entrenamiento ascético y confiando en la
omnipotencia de Dios).
Respecto al contexto, es importante que el deseo
tome en cuenta las coordinadas externas: personas que no colaboran u
obstaculizan, instituciones dominadas por la burocracia o uso de la autoridad
que mortifica las iniciativas, ignorancia o idiosincrasia de las personas que
rodean, nivel socio-cultural, prejuicios, rutinas que impiden las novedades,
sistemas de poder que no renuncian a sus privilegios, etc. Se puede ver estos
fenómenos en las familias: padres que no alientan a sus hijos, más bien que los
frenan en sus legítimos deseos.
Cuando la persona
no toma en cuenta la realidad o la distorsiona, entramos en el campo de las fantasías. Se da este fenómeno cuando
el individuo no toma en cuenta todos los factores o factores importantes y
piensa que sólo deseándolo, lo podrá conseguir. Muchas veces se da esto cuando
no toma en cuenta el contexto no valora con precisión sus recursos: el mundo
abunda de ejemplos de personas que han fracasado por este motivo. Claramente
las historias de éxito que se proponen en muchas biografías ignoran las
multitudes de personas que han fracasado. Según los mensajes publicitarios todo
es posible con sólo desearlo y echándole ganas; la realidad nos dice que esto
es falso: se deben tomar en cuenta los recursos personales y el contexto.
Siendo el deseo
inherente a la persona, esto significa valorar
positivamente esta energía que moviliza recursos dormidos para alcanzar
metas y objetivos nuevos, estimulantes y satisfactorios. La educación tiene
este cometido: ayudar a desarrollar las
potencialidades, valorando el deseo innato de progresar y salir de “así
siempre se ha hecho”.
Se dan también
deseos “egoístas”, cuando la persona sí desarrolla sus recursos, pero sin tomar
en cuenta a las personas que encuentra en su camino y los perjudica. No es
suficiente tener deseos, es necesario también purificarlos de los rasgos
egoístas y autocentrados.
La palabra deseo,
según una etimología, significa “de las estrellas” (del latín “desiderium” =
“de sideribus” = de las estrellas). El deseo nos permite alejar la mirada (no
los pies) de la tierra para mirar la estrella esperanzadora de nuestro futuro.
Algunas propuestas
filosóficas, religiosas o psicológicas (pensemos en el Budismo, sin pretender
profundizar en toda su complejidad) proponen la “renuncia al deseo”. Tal vez esta propuesta no toma en cuenta
nuestra realidad psico-física: somo seres “deseantes” por naturaleza. Además
significaría renunciar a un desarrollo de nuestras potencialidades,
empobreciéndonos y empobreciendo nuestra civilización.
Comentarios
Publicar un comentario