REALISMO
Realismo y nobles
aspiraciones
Hay una cierta tensión entre la aceptación de la realidad
(personal y familiar-social) y el deseo
de superación, realización y cambio social.
Ejemplos
Un joven puede sentirse inseguro y tímido
en las relaciones interpersonales: ante todo debe reconocer y aceptar sus
límites para poder, en segundo lugar, trabajar estas carencias para mejorar su
desempeño dentro de sus posibilidades. Esto requiere la decisión, un esfuerzo
constante y el aprendizaje de estrategias adecuadas, hasta que las nuevas
habilidades se conviertan en algo natural.
Un papá puede desear una familia modelo en
donde todos los integrantes funcionen y cumplan sus expectativas (escolar y de
carrera, de relaciones afectivas, laborales, de conducta social, de red de
amistades); este padre deja de tomar en cuenta la realidad de las limitaciones
y deseos personales de cada uno de los miembros. Desarrollará actitudes de
exigencias y reproche hacia los demás y de frustración hacia sí mismo.
También en los lugares de trabajo se manifiesta esta
dinámica: expectativas de los jefes y de los trabajadores que llevan a
situaciones de tensión y conflicto.
Es necesaria la aceptación de la realidad y del punto de partida
de cada uno de los actores involucrados en las relaciones y actividades. La
aceptación de uno mismo y de los demás (un hijo, un trabajador, un colega, un
amigo, la pareja) es mucho más complicada
de lo que parece al principio: se requiere una dosis muy grade de
auto-conocimiento real (no contaminado por perspectivas narcisistas y de
estatus) y también un profundo sentido de los valores y criterios éticos que
deben presidir el comportamiento propio y ajeno (aunado a la humildad).
Por otro lado, es
necesario cultivar perspectivas de
mejora, sueños, deseo, una ilusión que pongan en movimiento a la persona
para que se supere, deje las zonas de confort (conductas de renuncia o pereza)
y se desafíe a desarrollar recursos y oportunidades no todavía explorados. El
estímulo hacia los demás, sin embargo, debe ser “proporcionado” a las reales capacidades y posibilidades (cuántos
papás no aceptan una discapacidad de un hijo y le exigen lo imposible).
La superación
personal y de las personas que nos rodean no debe caer en la trampa de la “fantasía” que crea
expectativas irreales por un lado, y por otro frustración en ambos lados. Fantasear
es algo natural y espontáneo, sin embargo no podemos dejar de estar consciente
que sólo de fantasía se trata: por ejemplo, viendo una película, soñando
situaciones exitosas, etc.
Al mismo tiempo es
importante subrayar que realismo no
significa cinismo, actitud derrotista, amargura frente a la realidad (“No
hay nada que hacer”). Un sano realismo ve las
posibilidades de desarrollo, da confianza
a las personas, cultiva la esperanza,
refuerza la resiliencia y los
elementos positivos. Se trata de detectar qué se puede hacer (y cómo) para
pasar de la realidad a una situación esperada, deseada, anhelada con ilusión. La lucidez se conjuga con nobles
aspiraciones.
Entre las limitaciones
se deben citar las que se deben a elecciones, por ejemplo los vicios. No es fácil superarlos, sin embargo se debe reconocer
que están bajo el control y la voluntad de la persona:
Se puede y se debe
luchar contra algunas limitaciones:
-
Físicas
(sobrepeso por ejemplo; tabaquismo, alcoholismo);
-
Emocionales
y del carácter (flojera, lujuria, gula, etc.);
-
Intelectivas:
dificultad en el aprendizaje de algunas materias;
-
Sociales:
injusticia, mentiras, violencia: lucha por la justicia, la verdad, la paz…
-
Espirituales:
dejadez, la incapacidad de perdón
Se debe también aceptar, convivir e integrar algunas
limitaciones:
-
Físicas
(envejecimiento, enfermedades crónicas, color de la piel, estatura, etc.)
-
Emocionales
(timidez, miedos, angustia, etc.)
-
Intelectivas
(no todos pueden ser genios en las matemáticas, en la física cuántica…)
-
Espirituales:
ciertas formas de escrúpulos, el cómo “funciona” la Iglesia, etc.
“Se deben evitar dos extremos
(de Virginia Isingrini):
-
Un ideal demasiado elevado. Al no conocer y aceptar nuestra realidad es muy
fácil dejarse arrastrar por una espiral perfeccionista.
Se quiere desbordar las propias posibilidades. El triste fruto de tal esfuerzo
es a menudo la depresión y la insatisfacción porque los resultados nunca cumplen
con las expectativas. Cuanto más sublime es el ideal, tanto más fácil es
caer en esa megalomanía tan común como cómica: trabajar sin descanso, llenarse
de actividades, sentirse responsables de la suerte del mundo entero...
-
Cuando el ideal desaparece. La caída de la idealidad es uno de
los fenómenos más tristes de nuestro tiempo. El hoy está cargado de ansiedad e
inquietud porque no se sabe qué podrá ocurrir mañana; si nadie puede asegurar
una imaginaria felicidad venidera no queda más que arrebatarle algún destello
para que alumbre, mientras pueda, el presente. Y si bien se ha renunciado a las
grandes metas, restan las pequeñas metas del éxito profesional, de las
vacaciones exóticas, del coche del año, etc. El individuo se hace ideal para sí
mismo, cualquier trascendencia, aun la más barata, es anulada. El otro
desaparece del propio horizonte o, si queda, está simplemente en función de los
propios deseos. La única felicidad posible es la de conseguir ahora y a toda
costa el bienestar y la realización personal, aun sin exageradas ilusiones. Por
desgracia no sólo el otro es usado narcisistamente para conseguir lo que se
desea, sino que, al final también el yo se destroza a sí mismo porque,
¿de quién es la culpa si la felicidad esperada no llega? Simplemente del
individuo que no supo o no pudo procurársela como hubiera debido. Si se le hizo
creer que él era el artífice de su estima y el garante de la propia felicidad,
entonces cualquier fracaso corre por su cuenta. Así la persona acaba convirtiéndose
en el blanco de la propia agresividad. Rabia, desilusión e insatisfacción son
los ingredientes de la depresión que serpea por doquier.
Los enfermos de perfeccionismo
caen en el desaliento porque pretenden más de lo que pueden y luchan sin tregua
para alcanzarlo; los enfermos de narcisismo
se hunden poco a poco en la depresión porque la medida del ideal se reduce a
sus logros y no hay nada más por lo que valga la pena esforzarse. La impotencia es paradójicamente el
fruto de estas dos tendencias opuestas: querer demasiado, o demasiado poco.
Muchos indican en ese sentido de impotencia la causa principal de su falta de
estima. Se sienten como inmovilizados en un estado de desesperanza que les
quita las ganas de luchar, de creer en la posibilidad de un cambio. Se creen
incapaces para cualquier cosa. O han ansiado ir más allá de sus posibilidades o
han identificado su yo con el ideal mismo. O, en todo caso, se han
forjado metas demasiado pobres para dar razón de su existencia. De aquí la
necesidad imperiosa de volverse a confrontar con la fuerza de los ideales”.
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