Miedo, angustia y ansiedad.

 

Miedo, angustia y ansiedad

 

Los términos “miedo”, “angustia” y “ansiedad” pueden llegar a utilizarse como sinónimos; es oportuno, sin embargo, distinguirlos.

El miedo es una perturbación incómoda del ánimo por un riesgo o daño determinado, real o imaginario. El miedo se produce cuando existe algo (un estímulo, evento o situación) que puede poner en peligro al individuo, algo que puede ser interpretado como amenaza física, psíquica o social para el organismo; es un mecanismo de alarma y protección imprescindible del ser humano.

La angustia (o ansiedad) se refiere a una amenaza indeterminada de que algo va a pasar.  

El miedo se presenta ante un objeto externo amenazante -real-, contra el que se luchará o se decidirá huir para protegerse, y la reacción es proporcionada al mismo. En la angustia no existe un objeto externo claro.

Es fácil, también, confundir el miedo con las fobias ya que éstas se manifiestan mediante un miedo ‘excesivo’ ante determinados objetos o situaciones -reales-, que no corresponde a la magnitud de amenaza o peligro que dichos objetos representan.

Tanto la angustia como la ansiedad hablan de la misma emoción, razón por la cual se utiliza indistintamente cualquiera de los dos términos; la misma psiquiatría actual los utiliza como sinónimos. El predominio de la palabra ansiedad coincide con el desarrollo de la industria farmacológica, que tiene su mayor influencia en los países de habla inglesa, donde han traducido la palabra alemana “angst” como ‘ansiedad’ (y no como angustia), lo que facilita a las neurociencias, y a los laboratorios, el desarrollo de los ansiolíticos, tan usados en el campo médico de nuestros días.

Cuando existe un peligro real, aparecen, simultáneamente, dos reacciones: el miedo (con su correspondiente dosis de angustia) y la acción protectora. Por ejemplo, si nos acercamos a un perro y éste nos empieza a gruñir enseñando los dientes, reaccionaremos con el miedo a que nos pueda atacar (miedo ante la percepción de peligro), al mismo tiempo tomaremos nuestras decisiones: huir, enfrentarlo u otro.

Tanto la angustia-ansiedad y los miedos son individuales. Dependen de la forma en que se entrelazan con las experiencias, con los momentos de dolor o de malestar, con sentimientos y circunstancias que rodean cada una de esas experiencias. En otras palabras, dependerán de la historia personal de cada sujeto, ya que el discernimiento para que algo sea amenazante o no, es muy subjetivo. En algunas ocasiones la alarma de angustia se activa para alertarnos del peligro de “sufrir otra vez” algo que en alguna ocasión fue doloroso.

Esta subjetividad también implica que el miedo está siempre conectado con la angustia: al experimentar un miedo real, se ponen en marcha, inconscientemente, los procesos psicológicos de peligro y protección, ‘recordando’ todos los sucesos similares para poder reaccionar apropiadamente. Si la respuesta corresponde a la situación presente, la angustia va desapareciendo; pero si alguna de esas conexiones queda presente, entonces la angustia permanece, no correspondiendo ya al estímulo que la generó sino a otras causas internas.  

 

Las emociones del miedo y de la angustia tendrán que abordarse mediante el proceso de manejo de emociones:

1.                       Identificación: se trata de dar el nombre a la emoción: “Tengo miedo…”, “Me siento angustiado”, “Tengo mucha ansiedad”. Se trata de una operación que puede parecer sencilla, sin embargo, a menudo se confunden estas emociones con otras, tipo enojo, culpa, envidia, tristeza…

2.                       Aceptación: reconocer la emoción sentida, sin intentar disfrazarla, aceptando al mismo tiempo las propias limitaciones, indefensiones y necesidades.

3.                       Integración: ubicar la emoción sentida dentro del contexto de la situación vivida, con todas las dimensiones de la persona: otras emociones, la capacidad de razonar, el mundo de las creencias y los valores, etc. Encontrar la verdadera causa que origina miedo o ansiedad ayuda a actuar en consecuencia.

4.                       Expresión: será la forma adecuada de manifestar la emoción, ya que al haber sido elaborada en los pasos previos, el resultado será proporcionado y maduro. 

Entre los miedos y angustias más comunes podemos citar:

-   el miedo por una enfermedad (que también genera angustia);

-   a la violencia generalizada de nuestras urbes;

-   al compromiso (pensemos en un cierto miedo al matrimonio que manifiestan algunos jóvenes);

-   a la soledad;

-   a defraudar a los demás;

-   al ridículo y al rechazo;

-   al cambio:  principalmente a la pérdida de lo que se tenía; esto constituye uno de los factores que van a hacer que el sujeto se quede paralizado ante una situación nueva o desconocida, donde incluso es mejor regresar a la posición que le daba seguridad (Síndrome de Peter Pan);

-   a la frustración generada por la ansiedad.

 

Miedo y experiencia religiosa

La Religión puede ser “fuente” de miedo y angustia, y al mismo tiempo herramienta para la “liberación” de ellos. Según algunas escuelas psicológicas la religión es fuente de angustia y de vivencias patológicas. En efecto se ha desarrollado – en ámbito cristiano – una pastoral que un teólogo del siglo pasado definía “pastoral del miedo”, por la cual la persona recibe mensajes que crean angustia respecto – por ejemplo – al destino eterno después de la muerte. Podemos también añadir cómo a través del miedo se haya logrado mantener una forma de control sobre la consciencia de algunos creyentes. Al mismo tiempo es bastante evidente cómo la religión funciona como recurso que quita el miedo y da una libertad muy amplia para actuar. Es lo que observamos en particular en la experiencia de Jesús: su confianza inquebrantable en el amor de Dios-Abbá le permitió desafiar – sin miedo y respeto humano – las tradiciones religiosas de su tiempo. Lo mismo puede decirse respecto a personajes muy destacados de la tradición cristiana.

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La actitud (virtud) de la fortaleza se manifiesta con la capacidad de enfrentar el mal y posibles daños: sea con una actitud de combate, sea con la actitud de “resistir” frente al mal. Paradójicamente podríamos decir que la actitud (virtud) de la fortaleza se justifica sólo porque existe el peligro y la amenaza: no habría necesidad de ninguna fortaleza si no hubiera amenazas. Por esta razón miedo y fortaleza se implican, no son excluyentes. La amenaza engendra el miedo y la actitud de la fortaleza es la base para enfrentarse a tal peligro. Esto significa que el miedo es normal y ser “fuertes” no significa “no tener miedo”. Lo que sí combate la actitud de la fortaleza es el miedo que paraliza, que impide actuar en la consecución del bien. Si la persona no sintiera miedo, más que de fortaleza, se hablaría de conducta temeraria.

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