LA CULPA

 

LA CULPA

 

Las emociones sociales

La emoción es una reacción subjetiva acompañada de respuestas fisiológicas, motivacionales, cognitivas, comunicativas, etc., cuya finalidad es lograr un estado de adaptación y bienestar. Las emociones básicas, o primarias, se manifiestan desde los primeros momentos de la vida y son, fundamentalmente, “automáticas”. Éstas pueden ser: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco, según algunos autores (ya que otros agregan algunas más). Las emociones conscientes o complejas se manifiestan más tarde, varían según las culturas y podemos llamarlas “sociales”, porque exigen la capacidad de reflexionar sobre nuestra actuación y evaluarla respecto a las normas sociales y al conjunto de las relaciones interpersonales de las que el sujeto forma parte. Éstas pueden ser: vergüenza, culpa, desprecio, timidez, orgullo, envidia, etc. Se les llama sociales porque se originan en un contexto social, en las relaciones, reales o imaginarias, con los demás. Las emociones de culpa y vergüenza, por ejemplo, son desencadenadas por las reflexiones mentales sucesivas a una transgresión cometida o imaginada. Las emociones sociales derivan de la percepción y el significado que nuestras actitudes y nuestros comportamientos toman a los ojos de los demás: “Nos vemos a nosotros mismos a través de los ojos de otra persona con quien tenemos una relación significativa”. Para que se manifiesten la culpa o la vergüenza, es necesario que el niño (y después el adulto) esté consciente del conjunto de reglas, valores, estándares conductuales y fines que presiden su medio ambiente, que haya interiorizado este conjunto, que sea “suyo”. Respecto a este conjunto, evalúa su conducta y su responsabilidad. La vergüenza y la culpa nos empujan a descentrarnos y a ponernos en los zapatos de los otros, aunque esto conlleve sensaciones y vivencias muy dolorosas.

La culpa centra la atención en las acciones (hechas u omitidas), mientras que en la vergüenza se cuestiona a la persona. En muchas ocasiones, los factores que originan vergüenza y culpa están tan entrelazados que es casi imposible distinguir uno de otro: la culpa conduce a la vergüenza y viceversa.

 

La culpa “real” es útil cuando nos permite aprender de nuestra conducta, crecer y madurar: podemos cambiar nuestros comportamientos, tratar mejor a los demás, aprender de los errores, remodelar nuestras relaciones, cuidar nuestra salud, etc. Aceptar la culpa real es signo de madurez e integridad personal, permite hacer las paces con quienes hemos lastimado, reparar los daños si es posible, disculparnos, comprometernos a no repetir las acciones que causaron sufrimiento a los demás, cambiar nuestras actitudes frente a los demás, llegar al auto-perdón y – si es posible – a la reconciliación con quien hemos lastimado, etc. Se trata, en fin, de hacer una “reestructuración cognitiva” personal y hacer que el sentimiento doloroso de la culpa se convierta en cambio y desarrollo de la empatía: la culpa se puede transformar en “gratitud” por su enseñanza y nuestro aprendizaje; se puede mirar al pasado como algo que no se puede modificar: el sentimiento de culpa no puede cambiar el pasado y – por sí solo – no me hace un ser mejor. Sin embargo al saber manejar adecuadamente estos sentimientos, podemos llegar a cambiar la conducta actual y futura.

 

Culpa “irreal” (no realista)

A pesar de que es muy común identificar la culpa no realista como culpa “psicológica”, no parece oportuno usar esta expresión porque podría quedar implícito que la culpa “real” no es de tipo psicológico. Preferimos distinguir entre culpa “real” (basada en acontecimientos reales) y culpa “irreal” (en donde no existe situación real que la justifique). Para que pueda existir culpa es necesario que el sujeto haya interiorizado una serie de normas, leyes, valores, creencias, etc., transmitidas a través de los padres y todo el contexto sociocultural. Cuando todo este bagaje ha sido interiorizado, queda registrado en la mente en forma de “lo bueno y lo malo; lo que se debe y lo que no se debe”, creando una serie de exigencias y prohibiciones, muchas inconscientes, por medio de las cuales se regula el comportamiento (“Conciencia Moral”). Cuando se presenta la culpa “irreal”, resulta muy complicado para la persona descubrir el ‘por qué’ la siente ya que no existe evidencia externa para ello. Pongamos el ejemplo de un padre de familia al que se le ha muerto un hijo en un accidente automovilístico; a pesar de que él no estuvo involucrado en nada, siente culpa; constantemente se dice que no debió de prestarle las llaves del coche o que algo pudo haber hecho para evitar el fatal accidente. Por más que le dicen que él no es culpable, su sufrimiento por culpa no cambia; logra entender que fue un accidente y que no es directamente culpable, pero la culpa que siente no cesa. En casos así, y muchos otros por el estilo donde no hay una participación directa con el acontecimiento real, tenemos que observar la culpa en el interior del sujeto; éste se siente culpable ante sí mismo, ante esa conciencia moral que le exige ser “el padre perfecto”, y en sus creencias, el padre perfecto es el que provee la seguridad y bienestar de sus hijos, por lo que si algo les pasa, no cumple con su exigencia de ser el padre perfecto (se siente culpable por no poder lograr sus propias expectativas, y al no lograrlo habrá consecuencias: van a ver/pensar/decir que no soy lo que debo ser; puedo ser rechazado de alguna manera y, por todo esto, mi imagen/autoestima/ego cae). Evidentemente no es tarea sencilla aceptar un análisis de este tipo, especialmente cuando suponemos que la causa de nuestro sufrimiento es una muy distinta (la externa), sin embargo sabemos que cuando la culpa es irreal, tenemos que buscar las causas internas que la provocan.

En otras ocasiones, la culpa se encuentra ubicada en la frontera entre lo real y lo irreal, o sea que aunque el motivo externo – real – de la culpa no sea totalmente responsabilidad de la persona, existe la posibilidad de haber contribuido en alguna pequeña parte en la situación específica, causa de la culpa. Por ejemplo: cuando una persona se siente culpable ante la muerte de un familiar que estaba enfermo. Esta persona se dice que tal vez pudo haber “hecho algo”; sabe que el enfermo contaba con los mejores médicos y que ellos mismos le habían explicado que no había nada más que hacer por el enfermo. Es cierto que la persona no podía haber curado la enfermedad o evitado su muerte, sin embargo también es verdad que existe la posibilidad de que su compañía y su apoyo podían haberle dado mayor alivio emocional, psicológico y espiritual en esos momentos tan difíciles. En casos como este y similares, la culpa no es por la muerte o la enfermedad, sino por lo que se dejó de hacer en relación a la persona, su parte anímica/espiritual. Y nos topamos aquí con esa frontera de lo real con lo irreal. En lo real se le dio todo lo que necesitaba para atender la enfermedad, pero también tiene su dosis de real aquello que dejó de hacer, aunque eso no evitara la enfermedad o la muerte, y es esta parte la que se conecta con lo irreal; lo que no hizo “le carcome”, porque al no hacerlo está incumpliendo con las exigencias de su conciencia moral; no hizo lo que debía como persona buena y ejemplar, por tanto su imagen ante sí y ante los demás quedará manchada (culpa ante sí mismo).

La culpa irreal también puede ser originada mediante una serie de mensajes repetidos que “culpabilizan” a las víctimas, sin que haya una relación directa entre conducta (acción) y sufrimiento. Por ejemplo: “No te importa que yo trabaje todo el día…”, “Yo lo hago todo por ti…”, “Yo te he perdonado tantas cosas y tú…”, “¿Cómo puedes hacer eso después de todo lo que hago yo por ti?”, “Con tantos corajes un día de estos me vas a matar”, “Si tú me quisieras…”, etc.  En todos estos casos, y muchos más, se establece un sentimiento de culpa que no corresponde a la responsabilidad objetiva.

Existe también un sentimiento de culpa asociado a pensamientos y emociones de enojo y deseos de venganza: el solo hecho de pensar en esta posibilidad, causa una vivencia de culpa muy intensa.

Manejo de la culpa real

Respecto al sentimiento de la culpa se propone el camino de 4 etapas:

-                     Identificación. Se trata de identificar con precisión el tipo de culpa y cuál responsabilidad objetiva.

-                     Aceptación. Aceptar la culpa “real” sin mecanismos de defensa de racionalización, negación o remoción. Es una mirada lúcida, sin reducir el problema y sin magnificarlo.

-                     Integración. Los aspectos cognitivos adquieren una gran importancia: analizar nuestra responsabilidad, cotejar con nuestra escala de valores y conjunto de creencias, valorar la implicación de la voluntad, etc. Valorar los aprendizajes, analizar los puntos débiles de nuestra manera de comportarnos, los patrones negativos o lagunas, etc.

-                     Expresión. El sentimiento de culpa por una acción mala o errónea (u omisión) puede ser manifestado a través de una sincera disculpa, la petición de perdón a quien hemos lastimado y con la determinación de hacer algo para reparar (directa o indirectamente) el daño. La culpa motiva a reparar los daños o, por lo menos, a disculparse. El sentimiento de culpa hace emerger el deseo de restablecer el equilibrio alterado por la falta, remediar el mal cometido y recuperar el orden moral quebrantado. El reconocimiento de la propia responsabilidad, de haber hecho sufrir a otra persona, de “no tener el derecho de estar felices a costa de otra persona”. De ahí las estrategias para reparar: aumento de las atenciones, apoyo de todo tipo (emocional, económico, de tiempo, etc.), manifestación de afecto, petición de perdón, etc. La reparación, sin embargo, puede tomar una dirección diferente respecto a la persona que se dañó: si la persona no está al alcance (murió, está en otro lugar, se encuentra incapacitada), la reparación puede dirigirse hacia otros objetos, personas o situaciones; ésta puede ser la explicación de algunas formas de voluntariado o formas de beneficencia.

 

La culpa irreal nos perjudica porque es “irracional”: pone una relación de causa-efecto (entre nuestra conducta y el sufrimiento de alguien) cuando no existe o es muy débil la relación. Es importante captar esta relación “inexistente” (mejor dicho, existente sólo en nuestra conciencia, sin aval en la realidad): nuestra conducta no necesita necesariamente reflexión o transformación; lo que debemos hacer es cambiar nuestros esquemas cognitivos, subir la autoestima y no dudar de lo que uno vale (ajustar nuestra “conciencia moral” a estándares más realistas).

Otra estrategia es renovar nuestra autoestima: "Soy una buena persona a pesar de mis acciones pasadas"; "No soy perfecto. Cometo errores, pero puedo aprender de mi pasado".

La culpa irreal está asociada a elevados estándares morales y sociales de conducta – el perfeccionismo -, por eso puede ser útil verificarlos y llegar a una visión más realista de nuestras responsabilidades objetivas; los errores forman parte de la vida y están allí para ayudarnos a aprender. Se trata de no cultivar un pensamiento extremo polarizado: blanco o negro, culpable o inocente, bueno o malo: existen matices y una amplia gama de posibilidades.

Respecto a la culpa por pensamientos, emociones y deseos de venganza es oportuno distinguir entre acciones (en este caso no existen) y pensamientos. Tal vez no es muy “noble” cultivar estos deseos, sin embargo no tienen la misma connotación moral que acciones agresivas y destructivas.

 

Sentimientos de culpa crónicos

La culpa crónica implica una persistente condición de remordimiento y arrepentimiento no ligados a eventos específicos. Se parece mucho a la vergüenza porque no promueve actitudes positivas hacia los demás y es desadaptativa, ya que afecta la imagen de uno mismo, implica una pérdida de la autoestima y expone al riesgo de trastornos psicopatológicos. La culpa crónica no necesariamente tiene relación con situaciones específicas. En este caso la culpa se conjuga con la depresión, con síntomas de ansiedad y con la impotencia. Esta mezcla impide que la persona pueda pensar con serenidad en qué puede hacer para reparar el daño y cómo reanudar la relación. Los recuerdos se vuelven obsesivos, la autoestima va menguando y la auto-imagen se ve afectada.

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